Notas sin contexto #2
Hay una nube oscura dentro de cada uno de nosotros, un duendecillo malévolo que nos susurra al oído cosas que no diríamos en voz alta y que nunca, bajo ningún concepto, admitiríamos haber pensado.
No hay que avergonzarse de lo que pasa por nuestra cabeza siempre que seamos capaces de comprender por qué es solo un pensamiento, un fugaz impulso eléctrico viajando entre nuestras neuronas, que jamás se transformará en un acto, una palabra o una intención.
El problema es cuando ese ser oscuro llega a tener más poder del que debería.
Todos hemos sentido alguna vez ese chispazo de odio, esas ganas de soltarle un buen mamporrazo a quien nos está tocando las narices, dicho mal y pronto. Pero no lo hacemos, porque somos el Dr. Jekill y controlamos a nuestro Hyde. Lo que a veces olvidamos es que las palabras, el vacío, las miradas y las actitudes, a menudo, hieren más que puñetazos.
Quizá, si pudieramos darle un buen bofetón a quien nos hiere justo en el momento que nos hiere, quedaría todo más claro. Por lo menos eso.
A veces pienso en el aprendizaje y condicionamiento, una asignatura de la carrera de psicología que al principio se hace bola, aunque en el momento en que comienzas a asimilar conceptos, no es tan complicada. Pero no quiero hacer una exposición académica a este respecto, no, lo que quiero es detenerme en la idea de contingencia.
Estas teorías del condicionamiento dicen que para castigar un comportamiento de manera efectiva debe ser una consecuencia inmediata. Y ahí es donde quiero llegar.
Si me haces daño, y yo me lo guardo una, otra y otra vez... al final exploto, porque es normal. Pero tú no sabes realmente por qué estoy explotando, solo asocias ese castigo con la última conducta que, seguramente, no sea para tanto. Y te enfadas, claro. He sacado las cosas de quicio. Me he puesto como una fiera por nada, ¿verdad?
Y esto solo me lleva a la conclusión de que hay que dejar que ese duendecillo oscuro se exprese de vez en cuando. Controlado, claro, para que no se convierta en nuestro Hyde. Al menos esta es la teoría.
Yo la he aplicado y tampoco ha salido bien. No hay una fórmula mágica para vivir en sociedad, para ser justo, auténtico, siempre fiel a tus principios, siempre buena gente... Las personas somos aristas, somos incoherencias y a menudo, somos hipocresía. Si asumimos esto y tratamos de hacerlo lo mejor posible, al menos estaremos en paz con nuestra propia conciencia. Quizá no con el resto del mundo, pero sí con uno mismo que al final es lo que importa, ¿no?
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